"Tu silencio me duele...Tanto como la vida. Tanto como el tiempo..."
Mahmoud Darwish, poeta de la resistencia palestina
UN LABORATORIO DE ARMAS
“Al amanecer del día 10 de enero, las luces y el fuego de las armas comenzaron a caer más cerca del hospital Al Shifa, después de una noche de bombardeo intenso, mucho más fuerte que en noches anteriores”, cuenta a Piso Dos Erik Fosse, que ya ha retomado sus funciones a la cabeza de la ONG Norwac, en Oslo.
Esa mañana, los dos únicos médicos occidentales que habían en el principal hospital de la ciudad de Gaza empacaron sus pocas cosas. Luego de 11 días en medio de la devastadora operación “Plomo Fundido”, Fosse y su compañero Mad Gilbert dejaron el lugar. Extenuados, desconcertados.
Lidiaron como nunca con el dolor y la miseria. “Nunca había servido en áreas donde más de 30% de los muertos y heridos eran niños”, señala Erik con casi 30 años de trabajo en zonas de conflicto. Asistió a víctimas en la Primera Guerra del Líbano (1982); durante el ataque sirio a Trípoli (1983); tras la retirada parcial de la ex Unión Soviética de Afganistán (1986); en Albania durante la crisis de los refugiados kosovares (1999); y en Gaza y el sur del Líbano durante los últimos 25 años.
El día 11, ya en Oslo, citaron a conferencia de prensa. “Tenemos sospechas fundadas de que Israel está usando Gaza como laboratorio de prueba para nuevas armas”, dijeron.
Poco antes, el 5 de enero, el Times titulaba “Israel hace llover fuego en Gaza con fósforo blanco” (tal como aparece en la única foto que será publicada en este reportaje). Un día después de la denuncia de los médicos noruegos, el analista militar de Human Right Watch y ex asesor del Pentágono, Marc Garlasco, respaldaba las acusaciones del diario británico, “vimos cómo los artificieros las tenían listas [explosivos con fósforo blanco] para lanzarlas sobre Yabalia [centro de la Franja de Gaza]. Eran de fabricación americana, de 155 mm. Y después las vimos explotar en el cielo", contó a la cadena qatarí Al Jazeera.
El fósforo blanco es considerado arma prohibida. Pese a no estar regulado por la Convención de Ginebra –acuerdo de post guerra destinado a proteger a víctimas de conflictos armados– el derecho internacional prohíbe su uso en zonas pobladas, no así en territorios de baja densidad donde se emplea para levantar cortinas de humo que camuflan el avance de tropas. Una cápsula de 155 mm con fósforo blanco puede liberar más de 100 pequeñas partículas que al entrar en contacto con el oxígeno arden a unos 800 grados centígrados y son capaces de expandirse, dependiendo del viento, en un radio similar al de un campo de fútbol. En humanos, las quemaduras que provoca pueden alcanzar los huesos. Sigue ardiendo hasta que deja de estar expuesto al oxígeno. Por lo general, provoca amputaciones y, en el largo plazo, tiene efectos cancerígenos.
Lejos de ser una zona deshabitada, en Gaza viven 1.5 millones de habitantes en una superficie de 360 km². No sólo está hacinada de gente. Una vez que Israel impuso el bloqueo en 2006, vive asfixiada. “Gaza es como una caja, una enorme prisión. Desde septiembre los israelíes comenzaron a colocar dificultades a organismos europeos de ayuda humanitaria para entrar. La situación especial en Gaza era que el área estaba completamente cerrada y, siendo una zona densamente poblada, los civiles no tenía dónde escapar”, señala Erik.
Luego de negar sistemáticamente la utilización de fósforo blanco en sus operaciones, el 21 de enero, Avital Leibovich, vocero de las Fuerzas de Defensa Israelíes, tuvo que salir al paso de las declaraciones hechas por un militar hebreo al diario Maariv donde reconocía su uso. A Leibovich no le quedó más que confirmar el hecho aclarando, sin embargo, que se había empleado en el marco de la ley internacional. Por entonces, Donatella Rovera de Amnistía Internacional, que visitó Gaza una vez decretado el alto al fuego, señaló al periódico español 20 minutos “los restos de sus proyectiles de fósforo blanco siguen ardiendo en las calles”.
La denuncia de Erik y su colega, sin embargo, no apuntaba a la utilización de fósforo blanco, sino a otro tipo de arma, también prohibida, conocida como DIME o explosivos de metal denso inerte compuestos de micropartículas de tungsteno, cobalto y níquel capaces de desagarrar la carne o, en el caso de que la explosión sea a un par de metros de distancia, de partir un cuerpo por la mitad. “Vi muchos pacientes heridos en los que no encontré rastro de esquirlas de metal o de explosivos convencionales. No obstante, llegaban con amputaciones bilaterales de piernas, con hondas heridas en el abdomen y con múltiples lesiones en la piel por quemaduras. Personalmente no asistí a víctimas impactadas con fósforo blanco, pero sí puedo confirmar mis sospechas respecto a que Israel experimentó con DIME en Gaza, que es un arma nueva. Los explosivos venían de aviones pilotados a distancia por controladores”, nos explica.
EL DÍA A DÍA EN EL AL SHIFA
Por años el Shifa ha sido un establecimiento clave para los palestinos en Gaza. Es un recinto de cinco edificios contiguos, en el que trabajan más de mil empleados, 400 de los cuales son doctores de distintas especialidades. Fue a mediados de la década de 1980 que Erik trabajó allí por primera vez. Desde entonces, en sus intermitentes visitas, ha sido testigo de cómo la infraestructura y maquinaria del hospital se ha deteriorado a través de los años y, de manera más intensa, durante los últimos 18 meses de bloqueo. “Desde otoño de 2008, nuestra ONG intentó traer ventiladores mecánicos y máquinas de anestesia para el hospital pero no las dejaron ingresar. La línea de abastecimiento del Shifa estaba completamente cortada”.
Las insuficiencias del hospital van desde sistemas de ventilación mecánica, monitores de signos vitales, mesas de operación, ascensores, camas y máscaras de oxígeno hasta equipamiento básico como frazadas. Ese es el Shifa que encontraron los primeros heridos que llegaron el 27 de diciembre pasado cuando Israel comenzó la feroz ofensiva. Luego fueron miles, a veces cientos por día. “Cuando los ataques israelíes alcanzaban objetivos como mezquitas, mercados o escuelas, recibíamos entre 50 y 100 pacientes a la vez”, cuenta Erik. Al margen de las deterioradas condiciones del Shifa, probablemente ningún hospital del mundo podría haber reaccionado a tamaña avalancha de heridos.
Producto de su gravedad, habían algunos pacientes que debían ser tratados fuera de Gaza. El 8 de enero, partieron 16 ambulancias hacia Rafah, en el sur de la Franja, con dirección a Egipto. Erik iba en una de ellas. El convoy iba liderado por un camión del Comité Internacional de la Cruz Roja. El vehículo, largo y blanco, iba perfectamente identificado con una gran insignia y un par de banderas de la institución. En Netzarim, a 2 km de la ciudad de Gaza, fueron detenidos con disparos por las fuerzas israelíes y obligados a retornar al hospital.
Muchos pacientes que en condiciones normales habrían necesitado tratamiento, fueron enviados a sus casas luego de un rápido chequeo. Los médicos estaban obligados a privilegiar los casos más graves. “En los casos más extremos de congestión, intentábamos estabilizar pacientes en la sala de espera. A menudo, para salvarles la vida acomodábamos a dos pacientes en una misma sala de operaciones. Muchos fueron operados en los pasillos”, cuenta.
Las camas no eran suficientes. El hospital estaba atestado de heridos, la mayoría de ellos civiles. “Revisé al menos a 100 pacientes y operé o asistí a cerca de 20. Más del 90% de ellos eran civiles y, la mitad, menores de 18 años. Vi niños y mujeres con balas incrustadas en su cuerpo, provenientes de armas de mano disparadas a corta distancia. Eran ataques deliberados contra civiles”.
Erik recuerda con especial consternación a un chico que llegó al hospital con la mitad de su cuerpo destrozado, “recuerdo a un joven de 16 años que había sido alcanzado por una bomba soltada desde un avión no pilotado. Quedó sin sus piernas. Su escroto estaba roto y sus testículos expuestos. Su nalga izquierda había desaparecido, al igual que su ano. Murió cuando tratábamos de estabilizarlo en la sala de operaciones”. Casos como éste fundan las sospechas de Erik sobre la utilización de armas DIME en Gaza.
Mientras tanto, rayos de luces y bombas caían a sólo metros del hospital. Una de ellas destruyó la mezquita ubicada a sólo 200 m de éste. Tal como lo habían sido la Agencia de Naciones Unidas para los Refugiados Palestinos (UNRWA) y el hospital Al Quds, en el barrio Tel el Hawa de la ciudad de Gaza, Erik temía que Shifa fuera otro blanco de ataque, bajo el pretexto de amparar terroristas. Desde los primeros días de enero, ya no quedaban ventanas intactas en el hospital. Cartones y plásticos servían para aislar el frío de las salas de operación.
El miedo más profundo de la mayoría de los médicos del Shifa, según cuenta Erik, no provenía de las explosiones circundantes. Mientras ellos trabajaban, los miembros de sus familias estaban bajo el asedio de los ataques israelíes. “A diferencia de nosotros, todo el personal vivía con el miedo constante de perder a su familia. Uno de los doctores recibió a su esposa y su hija como pacientes luego que destruyeran su casa. Otro, perdió a su mujer embarazada y a su hijo. Días antes que llegáramos, un colega murió en terreno. Siento un profundo respeto y admiración por ellos. La moral y la capacidad de trabajo del personal del Shifa está más allá de las posibilidades humanas”, dice.
La mayoría de los médicos alcanzaba a dormir sólo unas pocas horas. Pese a que los generadores a gasolina mantuvieron con energía la mayoría del tiempo al Shifa, apagones cortos eran frecuentes. “Creo que no hubo operación en la que participé, en la que no se cortara la luz al menos una vez”. El personal, a veces, aprovechaba la luz de sus teléfonos celulares si era necesario.
¿EN REGLA CON EL DERECHO INTERNACIONAL?
Si hay algo que ha llamado la atención es la campaña comunicacional desplegada por Israel para justificar y responder a los cuestionamientos de la opinión pública internacional: provocación, guerra y derecho internacional, entre otras.
¿Es suficiente la razón invocada por Israel –la provocación– para llevar a cabo algo más parecido a una masacre que a una guerra convencional?, ¿Justifica el derecho internacional el atentar deliberadamente contra civiles bajo el pretexto de que el verdadero responsable es Hamas que los utiliza como escudo humano?
El derecho internacional condena y califica como crímenes de guerra las siguientes acciones: dirigir intencionalmente ataques contra la población civil; matar intencionalmente; someter a tortura o a otros tratos inhumanos, incluidos experimentos biológicos; dirigir intencionalmente ataques contra personal o instalaciones de una misión de mantenimiento de paz o de asistencia humanitaria, así como también edificios dedicados al culto religioso y hospitales. La lista es bastante larga e Israel cumple con todos los puntos aquí mencionados: atacó y dio muerte deliberada a miles de civiles, utilizó armas experimentales, bombardeó el centro de refugiados palestinos de la ONU, una escuela, más de 15 mezquitas y el hospital Al Quds.
El gobierno israelí sabía de antemano que derribar a Hamas a través de una incursión violenta en Gaza era una tarea imposible. La invasión que llevaron a cabo en el sur del Líbano en 2006 era una lección irrefutable de aquello. En su intento por desbaratar al brazo armado de Hezbolla, Israel arrasó con cientos de civiles sin poder debilitar al grupo terrorista el que, por el contrario, salió fortalecido, mientras que Israel quedó como el gran perdedor del conflicto.
Es casi incuestionable que esto fue una demostración brutal de fuerza que incluía el ataque deliberado a civiles, muertes colaterales –según Israel– a un objetivo mayor: desbaratar a Hamas. Sabemos que eso no ocurrió. Luego del alto al fuego, Hamas sigue disparando cohetes desde la frontera y las brigadas de Al Qassam se mantienen prácticamente intactas.
Algunos analistas han visto en el ataque la “última” oportunidad de pisar fuerte en la región antes del término de la permisiva administración Bush en Estados Unidos. Visto así, el ataque responde al temor de que la administración Obama debilite la capacidad de disuasión de Israel en el área. Además, funciona como un rayado de cancha que anticipa la intransigente agenda que posiblemente seguirá la próxima administración israelí tras las elecciones legislativas del 10 de febrero.
“Plomo fundido” fue la más devastadora arremetida israelí en territorio palestino desde 1967. 1.400 muertos, más de 5.000 heridos y más de un millón de palestinos intentando reconstruir su vida en una zona en la que el 75% de la población, hasta antes del ataque, vivía bajo el umbral de la pobreza. Bajo el argumento de la provocación, ésta fue la moneda de cambio de Israel para compensar las entre 3 a 12 muertes –según la fuente que se consulte– causadas por los cohetes lanzados por Hamas desde la frontera durante los últimos 3 años.
[producción, entrevista, edición de reportaje, Piso Dos ©]