18 marzo, 2007

"Anna Politkovskaïa era la conciencia de Rusia"

Entrevista a Galia Ackerman, su amiga y traductora

Por Alberto Arellano (La Nación Domingo)

desde Francia

La escritora y periodista rusa Anna Politkovskaïa fue asesinada el 7 de octubre de 2006, cuando regresaba a su departamento en Moscú. Galia Ackerman, periodista francesa de origen ruso, era su amiga, además de ser traductora al francés de gran parte de sus libros. En la mirada amable de Galia hay tristeza. También desconfianza de lo que pueda hacer la justicia para esclarecer el asesinato de Anna.


Recibió cuatro impactos de bala. El último en la cabeza, como estilan los asesinos a sueldo. Anna fue liquidada a días de publicar su nuevo material con denuncias sobre crímenes y torturas cometidos por las fuerzas de seguridad del Gobierno checheno, hoy encabezado por el muy cuestionado Ramzan Kadirov, hombre de confianza de Putin en el Cáucaso norte.

La periodista fue una de las pocas voces críticas que se atrevió a traspasar el blindado Gobierno de Putin para inmiscuirse en aquel sombrío lado de la Rusia que el Kremlin esconde y cuida con celo. “Si uno quiere seguir trabajando como periodista, ha de mostrar un servilismo total hacia Putin. De lo contrario, puede encontrarse con la muerte, una bala, un veneno o un proceso, lo que nuestros servicios especiales, perros guardianes de Putin, consideren más oportuno”, escribió Politkovskaïa luego de ser envenenada en septiembre de 2004 por los hombres del Servicio Federal de Seguridad. En ese momento se dirigía a cubrir el secuestro en la escuela de Beslán, que terminó con 330 muertos, casi la mitad niños.

Pese a que su autoridad en el tema checheno fue la que la llevó a ser reconocida internacionalmente, el Ejército ruso también fue blanco de las críticas de Politkovskaïa. En 2002 murieron 500 soldados rasos a causa de maltratos físicos y sicológicos perpetrados por sus superiores, revela en su último libro “La Rusia de Putin”. Junto a sus otras publicaciones, “La deshonra de Rusia” y “Una guerra sucia”, son el testimonio más documentado del peligroso retroceso en Rusia de los derechos humanos y las libertades democráticas en la era de Putin.

Al presentar sus libros en el extranjero, Anna se sentía más inmune a las constantes amenazas que recibía. Los intimidadores, aquellos que desde la oscuridad intentaban callarla, estaban dentro de esas páginas que ahora comenzaban a ser leídas en varias partes del mundo. “Publicar este libro en Occidente es una especie de seguro de vida para mí”, dijo al terminar la presentación de uno de sus libros en España.

En 2005 viajó a Francia para participar de “Plumas rebeldes”, una serie de conferencias y actividades organizadas por Amnistía Internacional. Junto a Galia Ackerman expusieron sobre la situación de miles de civiles y refugiados en Chechenia. Como solía suceder cuando se hallaba en el extranjero, su presentación fue vigilada por un agente de turno del Gobierno ruso.

Durante febrero de 2007 se desarrolló en Rennes (Francia) una nueva versión de “Plumas rebeldes”. Esta vez, Galia regresó sola. Volvió para rendirle un homenaje a su amiga. El auditorio que la recibió estaba atestado de gente. Ya no se veían agentes de punto fijo. Al terminar, Galia nos habló de su amiga y colega, como asumiendo la responsabilidad de perpetuar su palabra para no cederles terreno a la desinformación promovida por Rusia ni a la obscena indiferencia de Occidente.

¿Cómo se entiende la pasividad de las naciones europeas con respecto a la situación en Chechenia? ¿Cómo se explica el “gran silencio” que existe en Rusia, en Europa y en todo el mundo sobre esto?

Pienso que las autoridades rusas han tenido un éxito enorme en persuadir a los líderes de las naciones occidentales de que las milicias chechenas están relacionadas con el terrorismo internacional. Además, nadie reconoce la independencia de Chechenia, lo que hace que aún ésta sea considerada como un asunto interno de Rusia.

Hay que agregar que la política energética de Rusia ha transformado los hidrocarburos en verdaderas armas de negociación, lo que hace que los gobiernos occidentales pasen por alto las atrocidades de Gobierno. Francia, por ejemplo, en septiembre de 2006, le entregó a Putin la Medalla de la Legión de Honor. En ese momento, Anna fue una de las pocas personas que criticó públicamente la condecoración.

Y en términos generales, ¿cuál es el acercamiento de la sociedad rusa al conflicto?

La sociedad rusa es indiferente frente a los abusos de poder del Gobierno. Es una sociedad extremadamente materialista, preocupada de sí misma. En esto tienen que ver las reformas liberales y el giro al capitalismo de los años 90, pero también la campaña “publicitaria” impulsada por el Gobierno contra Chechenia.

Este “gran silencio” fue quebrado a menudo por Anna. ¿Representa su muerte el fin de las voces claramente disidentes sobre la política de Putin en Chechenia?

–No necesariamente, pero es una gran pérdida. “Noyava Gazeta” [diario donde trabajaba Anna], por ser un diario opositor, no tiene mayor difusión. Aunque siguen publicando artículos sobre los abusos de poder en Chechenia, nadie ha retomado su trabajo y lamentablemente no hay otros autores que hayan penetrado con tanta profundidad e insistencia como ella en el tema. Anna publicaba a razón de uno o dos artículos por semana, además de numerosos testimonios y libros. Se había transformado en la conciencia de Rusia.

¿Cómo se las arreglaba Anna para ejercer su profesión en medio del control tanto del Gobierno como de los grupos de poder sobre los medios de comunicación?

Ejercer la disidencia periodística en Rusia es complicado. La oposición es amordazada por Putin más que bajo el régimen soviético. Si lo haces, atente a las consecuencias. Anna, en “Novaya Gazeta”, ganaba un sueldo de cerca de 400 dólares al mes, y en Moscú se vive en un departamento de dos piezas con mil dólares mensuales. El resto de los periodistas –los no disidentes– cuentan con una tarjeta de crédito dada por el Gobierno que les permite gastar dinero de manera casi ilimitada y vivir muy bien.

¿Cuándo fue la última vez que usted habló con Anna? ¿Cuál era su ánimo?

La última vez que hablé con ella fue en la mitad del verano del año pasado. Yo estaba en Moscú y ella me llamó para pedirme un favor. En esa oportunidad la noté muy cansada de la situación política en Rusia y muy decepcionada de que ésta no fuera a cambiar. Cuando la visitaba en su departamento la veía agotada como si fuera mayor a su edad real. Luego de un té y de maquillaje cambiaba su rostro y volvía al ruedo. Su cansancio se debía al gran peso que caía sobre sus hombros, era mucha responsabilidad para una sola persona. Tres semanas antes de ser asesinada, Anna entrevistó a un oficial checheno. En la entrevista, el tipo le comentó extrañamente que “la gente cansada se deja matar”, además de decirle que él mismo estaba muy cansado. La entrevista fue publicada a fines de septiembre. Pocos días después, el oficial fue asesinado en una calle de Moscú. Luego, el 7 de octubre, Anna fue asesinada. Esta fuerte coincidencia me golpeó. Ella también estaba muy cansada de la lucha interminable que había emprendido por la justicia y el respeto de los derechos humanos en medio de un ambiente muy hostil.

Atentaron contra su vida varias veces. ¿Habló Anna con usted de sus miedos y de los riesgos asociados a escribir en un país donde la libertad de prensa no existe?

Ella no era fatalista. Ella pensaba que Dios la protegía. De hecho, muchas veces logró escapar de una muerte casi segura. Anna fue víctima de varios intentos de asesinato. Un error de cálculo hizo que una de sus vecinas fuera asesinada. Por detrás se parecía mucho a Anna y vivía a dos pisos de su departamento. Luego la envenenaron en el avión que la llevaba a cubrir y a cumplir un rol de intermediaria entre los terroristas chechenos y el Gobierno en lo que después se conocería como la tragedia de la escuela de Beslán. Otra vez, iba junto a su hija en su auto y de manera repentina la chocaron por detrás y comenzaron a presionar su vehículo y a empujarlo hacia la pista contraria para que fuera impactado por los autos que viajaban en la otra dirección. Pese a ello, ella no hablaba mucho de estos hechos. Era valiente y sentía una profunda vocación por su trabajo como para dejar de hacerlo.

Cuarenta y ocho horas después de ser asesinada, Putin, consultado por la muerte de Anna, declaró que su impacto en la vida política rusa era ínfimo. ¿Qué tan cierto es eso?

Putin dijo, más exactamente, que su actividad como periodista no le hacía mucho daño a Rusia y que no era muy influyente. Dijo además que su asesinato era más dañino para la imagen de Rusia que sus escritos. Lo que él buscaba con esa declaración era dejar en claro que las autoridades no tenían interés en liquidarla porque su trabajo no significaba mucho.

¿Le importaba al Kremlin la labor de Anna realmente?

Sí. Creo que hay una notoria intención de Putin de minimizar el trabajo de Anna y de restarle importancia. Ella me dijo una vez, riendo, que la Duma se había reunido a puerta cerrada y en secreto dos veces para discutir sobre el daño que su ejercicio profesional le estaba haciendo a Rusia.

Pero los “incómodos” con su trabajo no solo eran miembros pertenecientes a la elite política, sino también al Ejército, a los servicios de seguridad, al temible Gobierno pro ruso en Chechenia y a parte de la oligarquía en el exilio…

Hay mucha gente que estaba interesada en matarla. La organización de su asesinato necesitó de muchos medios, por lo que es imposible que haya sido perpetrado por cualquier persona. La persona que está detrás de esto no es anónima. Éste es un asesinato que está planeado al más alto nivel.

¿Cuál es su impresión del asesinato y del proceso de investigación que está en curso?

La investigación está en un punto muerto y no tengo confianza en el buen resultado de ella. Se sabe que fueron cinco personas las que la liquidaron en la puerta del ascensor del edificio donde vivía: tres hombres y dos mujeres. Estas cinco personas, que fueron captadas por la cámara de seguridad de la tienda donde Anna hizo sus últimas compras, estaban con anteojos y gorros, lo que sumado a la mala calidad de la imagen hace imposible su identificación.

Eso quiere decir que el caso de Anna corre peligro de quedar en la impunidad como el de Paul Klebnikov, director de la revista “Forbes”, asesinado en 2004, y de otros 10 periodistas muertos impunemente desde 1998…

Creo que hay posibilidades de que se acuse a alguien por la muerte de Anna, pero es probable que ese sujeto sea completamente inocente. Es una práctica usual la de levantar “culpables ideales” en Rusia con el fin de calmar la presión de la opinión pública.


No hay comentarios: