04 mayo, 2006

Culpable por Culpa de… Carta Abierta a Villegas



Su dominio es increíble. Puede sentarse a hablar o a escribir prácticamente de todo. En el uso o abuso de su libertad intelectual, no teme caer en contradicciones ni en vacíos. Probablemente no se dé cuenta o si lo hace trata de salvar su coherencia con frases al estilo “en cierto sentido”. En el otro, sin embargo, no lo perdona.

Es Fernando, objeto de culto. Es que el Chascón arrastra gente; forma parte de ese grupo selecto de personas que hablan de frente, sin rodeos ni miedos atávicos, tan propios de nuestra cultura. De aquellos que de un tiempo a esta parte adscribieron públicamente a la manoseada y cursi lucha contra el doble estándar como motivo de vida. De los que descubrieron que no hay nada peor que ser un chileno “promedio”, un mediocre, un hipócrita. Fernando, en cambio, es valiente, dice las cosas por su nombre. Se desmarca, mira desde lejos y juzga.

Concentrado en descifrar la tan esquiva idiosincrasia latinoamericana Villegas deja ver – en su columna dominical de La Tercera el 13 de noviembre - que en ella existe un altísimo componente de autocompasión. Es este elemento el que nos ha llevado históricamente a asumir el papel de víctimas y a buscar culpables entre nuestra siempre ciega responsabilidad. Por culpa de este o de aquél es que hemos llegado a ser lo que somos. “Compramos indulgencias” para pagar y olvidar nuestros propios pecados. Nos invita a leer discursos históricos, tesis, doctrinas políticas, ensayos etc. para demostrar que el quehacer intelectual latinoamericano está transversalmente corrompido por el vicio de acusar siempre a un tercero eximiéndonos de culpas propias. En medio del amplio caudal de ejemplos con los que pretende afirmar sus ideas – y de paso taparse las narices para no sentir el olor a mierda que lo rodea - menciona el deterioro de los términos del intercambio, la conocida tesis articulada por el economista argentino Raúl Prebisch en el seno de la naciente Comisión Económica para América Latina. En resumidas cuentas, una tesis en la que queda demostrada la baja elasticidad precio de las materias primas en comparación con la alta elasticidad de los de las manufacturas, lo que finalmente atenta contra los estándares de vida de los países subdesarrollados. A pesar de la velocidad de las mejoras en la calidad de los productos manufacturados en relación a la más lenta de los productos primarios, la tendencia hacia el deterioro secular de los términos del intercambio se mantiene. A las mismas conclusiones llegaba por ese entonces el economista británico Hans Singer y algunos otros teóricos del recién posicionado concepto de desarrollo económico. Poco antes lo hacía un estudio de Naciones Unidas en cual se tomaba como parámetro el periodo de tiempo 1879 – 1947. Habría que rastrear el árbol genealógico de los británicos Singer para ver dónde está el origen de la latinización – con minúscula - de su pensamiento económico. Lo mismo habría que hacer con algunos otros teóricos de posguerra.

La tesis en cuestión sirvió - en medio de un considerable cambio de sensibilidad hacia los problemas del Tercer Mundo - para articular un sistema operativo en el cual se intentaron, más allá de los resultados concretos, resolver las causas no sólo externas, sino que también endógenas que incidían en la alta vulnerabilidad de los países latinoamericanos frente a las oscilaciones del ciclo económico y en su estado de atraso en relación a los países industriales. Al mismo tiempo, se reconocía la enorme necesidad de propiciar una diversificación de las exportaciones, una reformulación del régimen de tenencia de tierras, de estimular la pobre capacidad de ahorro interno, de discriminar la adquisición excesiva de bienes superfluos y de favorecer la penetración del progreso técnico no sólo en actividades primarias, sino que principalmente hacia las industriales, entre otras cosas. Para Prebisch y sus colaboradores estas circunstancias, muchas de ellas reconocidas como insuficiencias propias, no representaban un problema de carácter ético atribuible del todo a la competencia de un tercero. Era más bien la realidad, tal cual y, gracias a eso, se podía obrar sobre ella para intentar corregir ciertos desequilibrios. Era el momento de actuar, de ganar terreno a los ortodoxos defensores de una teoría clásica cuestionada luego de los sucesos del 29’ y que había nacido en el seno de las pujantes sociedades industriales europeas cuya trayectoria histórica era poco homologable con la nuestra; en fin, de hacernos cargo de nosotros mismos, conscientes de que, a su vez, no nos podíamos abstraer de la dinámica de la economía mundo. Comparto la visión de que muchas veces la utopía tiende a favorecer un statu quo tremendamente conveniente; allí cabe cuanta culpa, queja o alegato quiera escupirse. Las acciones con real sentido quedan fuera puesto que pueden botar por tierra la eterna - y para algunos cómoda - lucha contra un imposible. Pero éste, lamentablemente, no es el caso.

La siútica y decimonónica actitud de Villegas – tan propia de la elite latinoamericana – de glorificar culturas foráneas como la italiana o la francesa y crucificar la propia, cae en severas contradicciones. Acusa la incapacidad de asumir nuestras culpas, sin embargo fija el origen de nuestros males en las “remotas y venenosas semillas” traspasadas por España a “nuestro ADN societario”. El trabalenguas que propone, entonces, es el siguiente: Somos culpables de no asumir nuestras culpas por culpa de la porfiada insistencia con que el decadente legado de la cultura española se manifiesta en nuestra idiosincrasia. Villegas se pisa la cola, parece ser tan latinoamericano como nosotros. Regala ejemplos sin fundamento, idolatra lo ajeno y reniega de lo propio, se contradice. - Y ¿a quién culpamos de esto Fernando?

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